domingo, 27 de abril de 2014

Un mensaje de Juan Pablo II que me llegó profundo al corazón



Hoy, 27 de abril de 2014, san Juan Pablo II ha sido declarado santo, e inscrito en el libro de los santos de nuestra amada Iglesia Católica.

Mas, hay muchos santos, muchísimos más, que por misericordia Dios nos ha dado, pero que no son conocidos o reconocidos por nuestra Iglesia. Es hermoso pensar esto... pues podemos imaginar un Cielo lleno de santos que interceden por nosotros, niños, jóvenes, adultos, ancianos... y que nos dicen desde arriba ¡sí! ¡es posible!

La santidad no es perfección, no es ausencia de pecados, de equivocaciones, sino que es simplemente, una amistad profunda con Cristo. Es salir a buscarlo, verlo en los rostros cansados de la gente, también en sus sonrisas, en su pobreza o riqueza (pobreza que puede estar llena de Dios, o riqueza vacía de Dios), en las manos que nos piden pan, en aquellos que con su simpatía nos atienden en un Mc Donalds, o en el más elegante restaurant. 

San Francisco de Asís, tenía una frase que me repito sin cesar... debemos evangelizar siempre, y cuando sea necesario, usar también las palabras. Es nuestra actitud, nuestras acciones, las que marcan la diferencia en nuestro entorno. No sirve de nada estar llenos de Dios si no lo irradiamos (palo para mí, sí, yo también me caigo).

Ser profundamente amigos de Jesús, significa también hacer su Voluntad en todas las cosas, allí donde nos encontramos. No importa si somos estudiantes, trabajadores, gerentes, secretarias, porteros, políticos... ¡ricos o pobres! Lo importante es hacer lo que Dios quiere de nosotros. Esto es más difícil... pero no imposible, no con la ayuda de Dios. ¡Para Él nada es imposible!

Les dejo el mensaje de Juan Pablo II que más me llegó en la jornada mundial de la juventud, el año 2000. Yo tenía 14 años (sí, pueden calcular mi edad) y al paso de los años, quedó profundamente grabado en mi alma. Doy gracias a san Juan Pablo II por haber plantado esta semilla en mi corazón, y le pido que interceda por mí, y por todos nosotros, para que de abundantes frutos...


Queridos jóvenes, ¡tened la santa ambición de ser santos, como Él es santo!
Me preguntaréis: ¿pero hoy es posible ser santos? Si sólo se contase con las fuerzas humanas, tal empresa sería sin duda imposible. De hecho conocéis bien vuestros éxitos y vuestros fracasos; sabéis qué cargas pesan sobre el hombre, cuántos peligros lo amenazan y qué consecuencias tienen sus pecados. Tal vez se puede tener la tentación del abandono y llegar a pensar que no es posible cambiar nada ni en el mundo ni en sí mismos.
Aunque el camino es duro, todo lo podemos en Aquel que es nuestro Redentor. No os dirijáis a otro si no a Jesús. No busquéis en otro sitio lo que sólo Él puede daros, porque «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hc 4,12). Con Cristo la santidad –proyecto divino para cada bautizado– es posible. Contad con él, creed en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como fundamento de vuestra esperanza. Jesús camina con vosotros, os renueva el corazón y os infunde valor con la fuerza de su Espíritu.
Jóvenes de todos los continentes, ¡no tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes de la oración, coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de paz. Para realizar este comprometido proyecto de vida, permaneced a la escucha de la Palabra, sacad fuerza de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor os quiere apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores de la nueva humanidad. Pero ¿cómo podréis afirmar que creéis en Dios hecho hombre si no os pronunciáis contra todo lo que degrada la persona humana y la familia? Si creéis que Cristo ha revelado el amor del Padre hacia toda criatura, no podéis eludir el esfuerzo para contribuir a la construcción de un nuevo mundo, fundado sobre la fuerza del amor y del perdón, sobre la lucha contra la injusticia y toda miseria física, moral, espiritual, sobre la orientación de la política, de la economía, de la cultura y de la tecnología al servicio del hombre y de su desarrollo integral.


Homilía del Papa Francisco en la canonización de san Juan XIII y san Juan Pablo II

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro

II Domingo de Pascua (o de la Divina Misericordia), 27 de abril de 2014


En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is53,5).
San Juan XXIII y sanJuan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de laparresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte, la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. Laesperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47), como hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII yJuan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado por el Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu santo.
En este servicio al Pueblo de Dios, san Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

miércoles, 23 de abril de 2014

Santos... porque humanos.


El título del artículo se llama "santos pero humanos". Pero yo considero que si no se es humano, muy humano, es imposible ser santo. Los defectos, nuestras dificultades, nos son también oportunidades para santificarnos, de demostrarle al Buen Padre Dios que lo amamos, a través de nuestros intentos de ser cada vez más perfectos, asemejarnos a Él, por el amor que le tenemos en nuestro pequeño corazón. Eso derrite a Dios...

También creo que nuestros defectos, al ser nuestras cruces, son también camino de santificación. Jesús se entregó por nosotros, y al seguirlo nos santificamos... al entregar nuestro esfuerzo por ser mejores personas, llevando con nosotros nuestros defectos, nuestras cruces, nos santificamos.

Así sucede también con nuestras dificultades, nuestros dolores. Demos gracias a Dios por ellos, pues son las vías por las que Dios nos permite seguir a Jesús en su cruz. Si ofrecemos estos dolores a Dios, y los vivimos con esperanza y alegría (sí, se puede) podemos no solo expiar nuestros pecados, sino que los de muchos, consolar al Sagrado Corazón de Jesús, y salvar muchas... muchas almas.


Santos pero humanos: Los defectos de Juan Pablo II y Juan XXIII

ROMA, 22 Abr. 14 / 06:19 pm (ACI/EWTN Noticias).- Los postuladores de las causas de canonización de los Pontífices, Mons. Slawomir Oder y el Padre Giovangiuseppe Califano O.F.M., explicaron esta mañana a los periodistas reunidos en la Oficina de la Santa Sede que los nuevos santos también tenían defectos y eso “demuestra su humanidad”.
Los expertos resaltaron los signos de santidad más innatos en ambos pontífices, pero también, contestaron a las preguntas de los periodistas, y aseguraron que como seres humanos, los pontífices tenían sus propias limitaciones.
Mons. Oder señaló que Juan Pablo II “era un hombre con sangre en las venas”, que así como “no tenía problemas en demostrar sus sentimientos”, a veces “se enfadaba, lo que demostraba su humanidad”.
El sacerdote polaco recordó que en uno de sus viajes, al Papa Juan Pablo II le recomendaron usar del chaleco antibalas. Sin embargo, el Pontífice renunció enérgicamente a esta protección con una negativa. “Lo rechazó porque él confiaba en otro tipo de protección”, señaló Mons. Oder.
El P. Califano indicó que el Papa Juan XXIII, conocido como el Papa “Bueno”, también tenía defectos y “solía preocuparse demasiado por las cosas, pero tenía un sentido de sencillez y sabiduría que le ayudaban a ser irónico consigo mismo”.
“Un día, un Obispo recién nombrado le confesó no poder dormir por las noches debido a la ansiedad que le causaba la responsabilidad de su cargo. El Papa (Juan XXIII) le dijo ‘¿Sabes? También a mí me pasaba lo mismo cuando fui elegido Papa. Pero un día soñé con mi Ángel de la Guarda y me dijo que no me lo tomara todo tan en serio’”.
Ambos postuladores coincidieron en que “todos tenemos defectos, pero la verdadera santidad es aquella en la que el hombre responde a la gracia de Dios corrigiendo sus errores”.
Fuente original: ACI PRENSA