martes, 11 de febrero de 2014

Reflexión y oración del Evangelio del día - martes 11 de febrero

Hoy, 11 de febrero, se celebra el día de Nuestra Señora de Lourdes. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pio IX, definió el dogma de la Inmaculada Concepción de María, y el 11 de febrero de 1858, 4 años después, la Santísima Virgen se le apareció a Santa Bernardita de Soubirous (proclamada santa el 8 de diciembre de 1933 por el Papa Pio XI). La Santísima Virgen, en su decimosexta aparición, le dijo a Santa Bernardita "Yo soy la Inmaculada Concepción". Además, allí se han curado milagrosamente al menos 67 personas, estos son casos reconocidos por la Iglesia como tales. Los requisitos para que las Curaciones Milagrosas sean reconocidas por la Iglesia son muy estrictos, por lo que no me cabe duda que puede ser que haya más casos que no pueden ser demostrados científicamente como Curaciones Milagrosas (ese es uno de los requisitos para considerarlos Milagros). Y es que Nuestra Señora de Lourdes es patrona de los enfermos. Hasta el día de hoy, miles de peregrinos acuden a la Gruta de Lourdes (Francia) para buscar la curación de sus enfermedades. 

En este día de Nuestra Señora de Lourdes, ofrezcámosle un regalo de amor a la Santísima Virgen: recemos un rosario, y procuremos ser puros como Ella. Pidámosle también que nos haga ser puros y santos, como Ella hizo santa a Santa Bernardita. Ojalá puedan también leer un texto más extenso de la aparición de Nuestra Señora de Lourdes.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (Mc 7, 1-13) Extraído de la Biblia de Jerusalén.

1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. 2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, 3 (es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, 4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas). 5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus
discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» 6 El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". 7 "En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son
preceptos de hombres". 8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» 9 Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! 10 Porque Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre" y: "el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte". Pero vosotros decís: 11 Si uno dice a su padre o a su madre: “Lo que de mí podrías recibir
como ayuda lo declaro Korbán (es decir: ofrenda)“, 12 ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, 13 anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas.»

Reflexión:

Los fariseos fueron fieles cumplidores de la ley de Moisés en lo "ritual", pero no en la práctica, que siempre debe ir unida al amor a Dios. Por eso Jesús les dice "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Muchas veces cumplimos con ir a Misa los domingos, pero no lo hacemos de corazón, lo hacemos como una formalidad, y por eso después hay tantas personas que nos critican como católicos por predicar, pero no practicar lo que decimos. Más vale poner en práctica lo que Jesús nos dice, que simplemente decirlo a viva voz por el mundo (palo para mí). Proclamar a Dios es importante, sí, pero primero llevemos a la vida lo que Él nos enseña en la Biblia, y a través de nuestra Santa Madre Iglesia Católica. No es necesario que nos vayamos a vivir a un desierto, o que vayamos a la India o a África a misionar (que sería muy bueno, por cierto, si Dios nos regala la Gracia de ir a esos lugares a compartir nuestra experiencia cristiana) pero no es la realidad de muchos de nosotros, que tenemos una familia a quien cuidar, tenemos que estudiar o trabajar. Más vale entregarle a Dios todo aquello pequeño que hacemos, hacerlo con amor y alegría, por Él, para Él. Acerquemos nuestro corazón a Jesús, y procuremos que sea más puro, como el Inmaculado Corazón de María. Pidámosle ayuda, que nos eduque así como educó a Jesús cuando era un niño pequeño. En nosotros reside el "Dulce Huésped de las almas", el Espíritu Santo, y para honrarlo y amarlo, debemos tener nuestro corazón puro. Y para purificarlo, debemos confesarnos, sí, pero la marca, la huella del pecado queda. Para borrar esa huella podemos recurrir a la Indulgencias que nuestra Iglesia Católica otorga a ciertas oraciones, o a ciertos lugares (como las oraciones de Santa Brígida por 1 año, o por 12 años, o las Indulgencias que se pueden conquistar mediante la visita a un Santuario de Schoenstatt durante el año Jubilar. OJO: que hay ciertas exigencias para recibir esta Indulgencia, más adelante pondré un anuncio sobre esto). Pero lo mejor que podemos hacer para luchar con esa huella, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero, y también la de las almas del purgatorio (que nada pueden hacer para salir de allí más rápido, solo nosotros podemos ayudarlas) es la penitencia, el sacrificio que ofrecemos a Dios por amor a Él. Puede ser hacer por amor algo que no nos gusta, como comer lo hizo nuestra madre (y que no nos gusta), limpiar el baño, barrer nuestra habitación (algo que me cuesta mucho jaja), responder con cariño y respeto algo que antes nos podría haber enojado, sufrir en silencio algún dolor físico (sin quejarnos, y sin permitir que alguien se de cuenta, ni si quiera por nuestras actitudes, esto queda entre Dios y tú. Obviamente si no te es tolerable el dolor ¡no lo hagas! Toma un medicamento). Hay muchas formas de hacer sacrificios por amor a nuestro Dios. Y esta no es una recomendación mía, es una de las cosas que nos dijo Nuestra Señora de Lourdes cuando se le apareció a Santa Bernardita. Hagamos de las cosas pequeñas algo extraordinario, que dé mucho fruto. Y si mi dolor (que puede ser bastante tolerable para mí) puede dar fruto siendo un sacrifico para mi Dios, por la salvación de mi alma y de muchas más... ¿cómo no lo voy a ofrecer? 

El amor, queridos hermanos, se hace fuerte en el dolor. El Padre Kentenich, fundador del movimiento apostólico de Schoenstatt, decía "el dolor acrisola al amor". ¿Qué es acrisolar? Cuando un metal se pone al fuego, lo purifica, le da forma, y queda más brillante: eso es acrisolar. El dolor perfecciona el amor, por eso nuestro sufrimiento ofrecido a Dios, y tolerado con valentía (dolores físicos y emocionales), hace nuestro amor más profundo, más duradero, más puro, más brillante, más hermoso y sincero. 

Más arriba les dije que no podemos andar predicando si no llevamos a la vida lo que decimos. Yo pasé por un profundo proceso, acompañado por un Milagro (quizá no es un Milagro físico, pero de que Dios intervino en esto, sí, lo hizo). Quiero darles testimonio de todo esto que sucede en mi vida, porque sigue ocurriendo. Cuando digo que soy una mimada de Dios, no miento. Él es demasiado amoroso conmigo. Más tarde (o quizás mañana, o por partes, porque la historia es larga) les daré mi testimonio, una historia de Amor entre Dios y yo. 

Me alargué demasiado con el texto ¡disculpen, me inspiré mucho! No les dejaré oración hoy, pero sí algo que puede servirles: la vida, nuestro quehacer se puede hacer oración, si la ofrecemos constantemente a Dios. Una pequeña jaculatoria puede ser suficiente: "Jesús en ti confío", "Jesús, Madre amadísima, me pongo en sus manos".

Dios lo Bendiga a todos, y rezo por ustedes.

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